La agonía del sionismo de izquierda

Yakov Rabkin

Antaño, conocía a muchos sionistas de izquierda. Buscaban la justicia social, apoyaban las iniciativas de paz con los palestinos y creían en las raíces progresistas de Israel. De hecho, en sus primeros años, el sionismo, aunque era un proyecto de asentamiento que excluía a la población autóctona, estaba asociado a ideas de colectivismo e igualdad.

Formas progresistas

Los laboristas constituían la corriente principal del movimiento sionista en Palestina. Algunos lucharon por conciliar sus elevados principios con la realidad del colonialismo de asentamiento, pero la mayoría estaba construyendo con entusiasmo una sociedad separada sin tener en cuenta a los palestinos. Esto llevó al difunto Zeev Sternhell, una autoridad en la historia política del sionismo, a acuñar el término «socialismo nacionalista» para distinguirlo del más conocido nacionalsocialismo.

Sostuvo que el socialismo no era más que una herramienta útil en manos de Ben Gurion y sus camaradas movidos por un nacionalismo étnico. El Partido Laborista que ocupó el poder en Israel durante décadas se negó a permitir que los refugiados palestinos regresaran a sus hogares, desarrolló una panoplia de métodos para desposeer a los palestinos y los mantuvo bajo gobierno militar durante dieciocho años. Pero eran expertos en manipular el discurso progresista que ocultaba la realidad de sus acciones.

El sionismo radical y sus oponentes

Por el contrario, los representantes electos de la derecha radical, antes de unirse al gobierno actual, no ocultaron sus intenciones, expusieron sus demandas y se aseguraron de que se llevarían a la práctica. Mientras que sus iniciativas para reforzar la opresión de los palestinos gozan de un consenso tácito, su promesa electoral de debilitar la supervisión judicial de los poderes ejecutivo y legislativo provoca manifestaciones masivas. Las manifestaciones más importantes tienen lugar en Tel Aviv, la ciudad más cara del mundo y la ciudadela de quienes se consideran la izquierda israelí. Los manifestantes acusan al nuevo gobierno de desacreditar el sionismo y traicionar los valores fundacionales de Israel.

Los partidarios de Israel en Occidente comparten esta preocupación. Llegan incluso a movilizar a Joe Biden y Emmanuel Macron para advertir a Israel de que no lleve a cabo esta reforma judicial. A partidarios empedernidos como Alan Dershowitz les preocupa que «será mucho más difícil para los defensores de Israel en el extranjero defender a Israel».

De hecho, el nuevo gobierno podría destruir la última de las dos ilusiones cruciales para que Occidente siga apoyando a Israel. La continua colonización de los territorios ocupados en 1967 ha acabado con la primera, la «solución de los dos Estados», aunque los gobiernos occidentales sigan apoyando su fantasma. El actual gobierno israelí está asestando un golpe mortal a la segunda, la de un «Estado democrático». A diferencia de los manifestantes de Tel Aviv que se animan a defender la democracia israelí, los palestinos la ven como una etnocracia que los oprime desde décadas. Reputadas organizaciones de derechos humanos de Israel y de otros países han llegado a la conclusión de que Israel practica una forma de ‘apartheid’.

A finales del siglo XX, la industria y la agricultura israelíes ya no necesitaban depender de formas colectivistas de asentamiento. Las políticas económicas dieron un giro a la derecha. Al marchitarse los movimientos socialistas sionistas, la tasa de pobreza se convirtió en una de la más altas de la OCDE, e Israel acabó compartiendo el récord de desigualdad socioeconómica con Estados Unidos.

La brecha entre los ciudadanos árabes y no árabes de Israel es especialmente pronunciada: el ingreso medio de los segundos triplica él de los primeros. Los árabes israelíes, que constituyen una quinta parte de la población, sólo poseen el tres por ciento de las tierras. Esta diferencia se observa también en el gasto en educación y sanidad. La mortalidad infantil es el doble entre los niños árabes menores de doce meses.

El extremismo se normaliza

La palabra «fascista» ya no sólo se utiliza como insulto en el fragor de las batallas políticas. Las figuras moderadas llevan tiempo expresando estas preocupaciones. Isaac Herzog, futuro presidente de Israel, advirtió hace unos años de que «el fascismo llega a los márgenes de nuestra sociedad». La historia europea demuestra que el nacionalismo étnico se desvía fácilmente hacia el fascismo.

Quienes se manifiestan en las calles de Tel Aviv están sinceramente preocupados por la «preservación del alma de Israel» que constituye para ellos la democracia. La mayoría ignora la incompatibilidad de la democracia con la discriminación institucionalizada. La extrema derecha finalmente en el poder en Israel refleja y no duda en afirmar los valores que constituyen el sionismo. Es lógico que entre los antaño numerosos sionistas de izquierda, muchos ya no sean sionistas, mientras que otros sigan siendo sionistas pero hayan abandonado toda pertenencia a la izquierda. El sionismo de izquierda, un oxímoron político, que apenas está representado en la Knesset, agoniza ante nuestros ojos.

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