Tragedia y compasión en La última luna

Yakov Rabkin
septiembre 2005

Publicado en El Milenio (México) en septiembre 2005.

Tragedia y compasión en La última luna

Yakov Rabkin

Montreal

”En el momento en que el filme se acaba, en ese lugar se erige el Muro”. Son estas las palabras con las que confluye la película emotiva y personal. Coproducida por diversos países de lengua española, entre ellos México, el filme sólo contiene algunas palabras en castellano que el personaje principal se dirige a sí mismo. Los diálogos se desarrollan sobre todo en árabe (contienen igualmente algunas frases en hebreo, con un encantador acento latinoamericano) ya que el filme nos transporta a Palestina hacia el fin de la primera Guerra Mundial. Sin embargo, el vínculo con América Latina, sobre todo con Chile, no se pierde nunca a todo lo largo de la cinta.”

Se trata de una obra del cineasta chileno Miguel Littin, conocido tanto por su cinematografía (Las actas de Marusia, El Chacal de Nahuel Toro), sus poemas y canciones, como por la biografía que le dedicó Gabriel García Márquez (Clandestino en Chile). Littin explora la historia de su familia que deja Palestina en dirección a Chile hacia 1918, y la voz narrativa descansa en la figura del abuelo de Littin. La estética del filme es impresionante y se basa principlamente en los grandiosos paisajes de Palestina. La cinta pasa a veces de lo cómico a lo trágico, y la escena final está literalmente cargada de significados: los habitantes del poblado de Bet Sajur se encuentran con ellos… pero detrás de los alambres de púas con que los rodean los colonos sionistas.

La primera escena es tan símbolica como la última. El bisabuelo del cineasta, Soliman (representado por Ayman Abu Alhuzolof) recorre un terreno vacío en compañía de un judío, Yakov (encarnado por Alejandro Goic), que quiere adquirir ese sitio pintoresco que rodea el poblado para construir ahí una casa de dos pisos con una gran ventana. Yakov acaba de llegar de Chile donde estudió arquitectura, lo que explica la innovación, que Soliman no comprende y desaprueba. Ellos terminan por ponerse de acuerdo y será Soliman, más que Yakov, después de varios intentos decididos pero vanos de hacerla con sus propias manos, quien termine por construir la casa. Entretanto, el cañañoneo de la guerra se acerca y la violencia invade el paisaje del lugar. Preocupados por apartar a su progenie de la violencia creciente, el hijo de Soliman, apenas adolescente, es casado con una chica aún más joven de la familia vecina. La nueva pareja es enviada a Chile donde los esperan algunos parientes que administran una pequeña tienda en una ciudad de provincia. En la vida real, se trata de los abuelos de Miguel Littin.

La familia es cristiana, y practica el rito griego ortodoxo. El cineasta presenta a Soliman como un hombre de paz que rechaza involucrarse en la lucha armada contra el ejército otomano. También rechaza caer en la trampa nacionalista que los británicos, encabezados por Lawrence de Arabia, le tienden a las tribus árabes de la época. Más adelante en el filme, el nacionalismo agrede por otro lado a los habitantes de Bet Sajur: se trata de la ideología sionista, que ofrece a los judíos la posibilidad de abandonar su judaísmo y de adquirir una identidad nacional y militante. Así invade el exclusivismo nacionalista –ajeno ciertamente tanto a los árabes como a los judíos que viven juntos desde hace mucho en Palestina y en otras zonas de Oriente Medio–una tierra que lo padece hasta nuestros días.

El por qué de una gran ventana

Yakov es presentado como un hombre honesto, terco y problablemente religioso. Él es filmado cerca del Muro de las Lamentaciones, el lugar más sagrado del judaísmo, lo que lo distingue de entrada de los colonos sionistas que entonces se oponían violentamente al judaísmo. Ellos no se detienen ante nada en la prosecución de su sueño:conquistar “un país sin pueblo para un pueblo sin país” y construir allí una sociedad socialista. Son prágmáticos y están listos a dejar de lado toda norma moral si la Causa lo exige. Así, Aline, joven sionista (Francisca Merino en el papel) encuentra a Yakov en pleno Jerusalén a fin de seducirlo y dejarlo dormido en su cama mientras que sus camaradas preparan un ataque contra Bet Sajur. Ellos necesitan de su casa, situada estratégicamente en un promontorio frente al poblado y saben que Yakov no les habría permitido utilizar la construcción contra sus amigos árabes. En efecto, en una escena desgarradora, él se escandaliza cuando encuentra su casa convertida en una ciudadela. La tragedia alcanza su clímax cuando los colonos sionistas encierran a Soliman, su familia y a los otros aldeanos en un campo improvisado al pie de la casa de Yakov. Dejado en libertad para poder desplazarse, Yakov encuentra a Soliman del otro lado de la alambrada. “Yo sé ahora por qué tú querías una casa con una gran ventana que dé sobre nuestro poblado”, lo increpa Soliman desesperado. Pero Yakov no lo está menos. Él se siente utilizado, humillado, impotente ante la fuerza bruta de los colonos. Aline, al parecer una comandante de la unidad sionista, se aparta de la mujer de Soliman cuando ella quiere pedir ayuda. Si, en el relato bíblico, las tropas de Josué, le agradecen a Rajav que les haya ayudado a conquistar la tierra, protegiéndola con toda su familia, los colonos sionistas quieren ‘hacer tabla rasa del pasado’ (según los versos del himnocomunista “La Internacional”). Aline, una verdadera mujer de acero, no conoce ni compasión ni amor.

Sin embargo, la compasión es uno de los temas importantes de este filme. Yakov le ofrece dinero a Soliman en momentos en que este último ya no puede alimentar a su familia. Cuando un campesino árabe encuentra a Aline gravemente herida, es la familia de Soliman la que la cuida, la proteje y se pone a sus órdenes. El cura local la considera como “un ángel caído del cielo”. Soliman la acompaña hasta los confines del kibutz, la granja colectiva donde ella vive, y cuyos miembros atacarán más tarde su poblado. La compasión se trasluce en las largas miradas que se intercambian Soliman y Yakov, separados por el alambre de púas. Los dos lloran ya que se sienten traicionados, Soliman por los intrusos extranjeros, Yakov por “los suyos”. Littin parece jugar con el origen de la palabra “judío”, “yehudi” cuya raíz hebraica significa “reconocer, agradecer”. Deja ver toda la pena de Yakov que, lleno de compasión y de gratitud por Soliman y su familia, permanece inmóvil ante las alambradas en la última escena.

El espectador no sabe si Yakov encontrará el valor para oponerse a los sionistas. ¿Abandonará el judaísmo y sus valores morales para convertirse en sionista? ¿Dejará Palestina para regresar a Chile? Sin poder vivir sus valores en Tierra Santa, ¿escogerá volver al exilio a fin de preservar su integridad? Algún día tendremos la respuesta a estas preguntas porque el cineasta ha promedido continuar la historia en otros dos filmes como parte de una trilogía.

* El autor es historiador en la Universidad de Montreal; su último libro, Amenaza interior: historia de la oposición judía al sionismo acaba de aparecer en su traducción al español.

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