La responsabilidad del mas fuerte

Yakov Rabkin
febrero 2005

Publicado en El Milenio (México) en febrero 2005.

La responsabilidad del mas fuerte

Yakov M. Rabkin

Montreal

La última cumbre entre Mahmud Abbas y Ariel Sharon se desarrolló en un ambiente distendido. Los dos líderes hablaron de una tregua a la violencia que sufre la región desde hace medio siglo.

El presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbas hará el mejor esfuerzo a fin de frenar la violencia anti-israelí, mientras que el primer ministro israelí Ariel Sharon ordenará a las tropas israelíes abstenerse de toda operación ofensiva.

La tregua deberá permitir además abordar los problemas de fondo que engendran la violencia crónica pero durante la cumbre de Sharm el Sheik, en la costa egipcia, ninguno de esos problemas fue abordado el pasado martes. ¿Cuáles son esos problemas y cuáles los medios para resolverlos? ¿Cuáles son las posiciones de cada uno de los adversarios y su poder relativo en el conflicto?

El terrorismo que a menudo es invocado como problema principal no es más que síntoma. Las actividades terroristas se desarrollan cuando existe un desequilibrio desesperante entre los potenciales militares de los adversarios, y las actividades están dirigidas por la parte débil contra la parte fuerte. Activistas sionistas recurrieron a esos métodos desde 1924 cuando asesinaron a Jacob De Haan, judío holandés que coordinaba una oposición propiamente judía al sionismo de parte de rabinos de renombre, tanto en Palestina como en la diáspora judía.

Los sionistas extendieron sus actividades de intimidación a los árabes y, más tarde, a los británicos a quienes la Sociedad de Naciones –antecesora de la ONU-, había confiado el mandato sobre Palestina después de la Primera Guerra Mundial.

Antiguos terroristas sionistas, Itzhak Shamir y Menahem Begin ocuparon, varias décadas más tarde, el cargo de primer ministro del Estado de Israel.

El terrorismo es un método, una táctica, una respuesta a una fuerza preponderante. No es, pues, un problema de fondo.

Al contrario, lo que anima al terrorismo constituye un problema de fondo. Se trata de la percepción de una injusticia ampliamente extendida entre los árabes palestinos. En su origen, la idea de crear un Estado sionista, es decir un Estado étnico, repugnó a los judíos tanto como a los musulmanes y cristianos. La doctrina sionista quería transformar la identidad esencialmente religiosa de los judíos en una identidad nacional de tipo europeo. Pero son los musulmanes y los cristianos los que han sufrido directamente de la proclamación de ese Estado en 1948 y sobre todo de la política de las fuerzas sionistas de apropiarse al máximo del territorio integrando en él al mínimo de árabes cristianos y musulmanes.

Cientos de miles de árabes debieron entonces huir o fueron expulsados del territorio que ocuparia el Estado de Israel. Casi nadie pudo regresar a su casa después de la firma de los acuerdos de cese el fuego. Aldeas enteras fueron arrasadas para hacerle lugar a los bosques, a los parques, e incluso a una universidad completa (la de Tel Aviv).

Rechasado por sus vecinos e impuesto por la fuerza, el Estado de Israel ha consolidado su potencial militar y económico al punto de que ningún país de la región y, por supuesto, ninguna entidad palestina, puede amenazarlo en un conflicto abierto. Aparentemente provisto de armas nucleares, el Estado sionista ha asegurado a sus ciudadanos un nivel de vida veintisiete veces superior al de la población palestina a la que él ocupa desde la guerra de 1967. Una sociedad próspera y postindustrial que se encuentra codo con codo con una sociedad preindustrial y pobre donde impera la malnutrición infantil. El potencial para la violencia es allí enorme incluso en la ausencia de toda expropriacion y discriminación.

No se trata entonces de dos socios en igualdad de condiciones sino de una potencia regional temible que enfrenta a un gobierno débil, el cual ejerce un control tenue sobre una población empobrecida y dispersada entre enclaves cuyo acceso se encuentra en manos de los israelíes.

A fin de comenzar a resolver los problemas de fondo, el Estado sionista deberá reconocer oficialmente su parte de responsabilidad por el sufrimiento de millones de palestinos. A continuación, deberá emprender medidas concretas para mejorar la suerte de la población ocupada, ofreciendo indemnizaciones generosas para las viviendas y los campos perdidos desde 1948. No será sino reduciendo el abismo que separa a los israelíes y palestinos que podrá esperarse encontrar una solución política cuyos contornos podrían variar en una abanico de opciones: un Estado palestino en los territorios ocupados desde 1967, un Estado limitado a los territorios que la colonización sionista de las tres últimas décadas dejó vacantes o bien el establecimiento de un Estado federado en todos los territorios que constituían el mandato británico en 1948 donde todos, palestinos e israelíes, tendrán los mismos derechos políticos y económicos.

Es entonces el socio fuerte –Israel-, el que debe convencer a la parte débil –los palestinos- que la tregua les aportará un día algo más que una esperanza.

Traducción de Irene Selser

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