Publicado en El Milenio (México) en noviembre 2004.
Judíos contra Bush
Yakov M. Rabkin*
Montreal
Pocos son los países en el mundo a los que el presidente George W. Bush apoya con tanto ardor como el Estado de Israel. Al efectuar un cambio brusco de la política norteamericana en Oriente Medio, él ha legitimado la colonización sionista de Cisjordania y justificado las acciónes del ejército israelí en Gaza.
El lobby sionista en Estados Unidos ha encontrado un oído particularmente atento en la Casa Blanca de Bush. Los medios evangélicos cristianos cercanos al presidente reelecto han financiado decenas de colonias israelíes en tierras palestinas y son los partidarios más intransigentes de los extremistas israelis.
Hay quienes hablan de una nueva personalidad política –«Busharon»-, por lo difícil que resulta en nuestros días distinguir las políticas de Bush de las de Ariel Sharon. El pequeño círculo de neoconservadores que convencieron a Bush de iniciar la guerra en Irak incluye a sionistas notorios. Poco antes de las elecciones, Bush, yendo en contra de la advertencia de su propio Departamento de Estado, firmó una ley contra el antisemitismo que ofrece una protección particular a los derechos de los judíos en el mundo entero.
Probablemente Bush no ha olvidado que Ronald Reagan, un presidente venerado por los respublicanos, logró beneficiarse con el 38 por ciento de los votos del electorado judío, un récord desde inicios del siglo XX para un candidato del Grand Old Party. Se esperaba que Bush, que en el año 2000 obtuvo nada más que el 19 por ciento de ese voto, lo pudiera igualar este año. Los funcionarios más notorios de las organizaciones judías han confirmado una y otra vez que la administración que dirige Bush es la más pro israelí de toda la historia del Estado sionista. Muchos de los funcionarios simplemente exhortaron a los judíos a votar por Bush. Cuand éste se encontraba en el AIPAC, el lobby israelí en Washington, el auditorio coreaba «¡Cuatro años más!».
Según todos los indicadores, parecería que Bush se iba a meter en el bolsillo el «voto judío». Pero el 2 de noviembre 75% de los judíos norteamericanos votaron en contra de Bush. A modo de comparación, si el voto de los católicos y los protestantes se dividían casi en 50%, los musulmanes votaron como los judíos –76% contra Bush- a pesar de la opinión a menudo articulada según la caul los judíos y los musulmanes se encontraban en las antípodas del espectro político. ¿Por qué votaron así los judíos y cuál es el significado de ese voto?
La derecha, xenófoba y antisemita
Los judíos votan por el Partido Demócrata desde hace mucho tiempo. La derecha política es tradicionalmente xenófoba, a menudo antisemita, y los judíos que lucharon a todo lo largo del siglo pasado por la igualdad y los derechos humanos se encontraron naturalmente del lado izquierdo del espectro político. La responsabilidad social y la compasión que promueve la tradición judía explican el apoyo que dan la mayoría de los judíos a los programas de ayuda a los desposeídos y a los proyectos de seguros de salud, de los cuales se ven privados millones de norteamericanos.
Como han obervado los sociólogos, «los judíos ganan como protestantes blancos y votan como chicanos». El papel importante que los judíos han jugado en la sindicalización de las industrias y de los servicios, en la emancipación de los negros norteamericanos, en toda una pléyade de causas progresistas es bien conocido y documentado. Ahora bien, desde hace una década los funcionarios de las organizaciones judías que pretenden representar a los judíos en Estados Unidos han dado un viraje hacia la derecha sionista que los ha acercado desde entonces a la derecha cristiana y al Partido Republicano. Los que hablan en nombre de los judíos son solidarios con las políticas israelíes de una manera incondional y dan la impresión de que los judíos lo son igualmente. Se asocia a los judíos en general con la agresividad pro israelí de ciertas organizaciones judías, lo que vuelve a los judíos de la diáspora «rehenes» de cualquier exceso del ejército israelí en Gaza.
El voto masivo de los judíos en contra del presidente Bush (entre los grupos importantes solamente los negros votaron en proporción más elevada en su contra) pone en duda la legitimidad de muchas organizaciones que claman representar a los judíos estadunidenses. Es claro que los que clamaban «Cuatro años más» ante un Bush dichoso y conmovido lo hacían en nombre de una minoría: como máximo uno cada cuatro judíos de Estados Unidos.
Es en el nombre del pueblo judío de Estados Unidos que estas organizaciones colectan millones de dólares, emplean a funcionarios sofisticados y eficaces, y arengan a los políticos norteamericanos en favor de Israel. No obstante, el voto anti-Bush de la mayoría aplastante de los judíos norteamericanos sugiere que los funcionarios no representan más que a una opinión muy minoritaria entre los judíos. Por contra, es evidente que ellos representan los intereses del Estado de Israel cuyos dirigentes los reciben abiertamente como emisarios, e incluso «embajadores» fiables y fieles a la causa israelí. Presentar a los judíos norteamericanos como partidarios incondicionales de Israel, unidos en una lealtad absoluta al Estado sionista, tuerce la realidad y sirve más que nada para fomentar el sentimiento anti-judío.
En efecto, los valores propios al sionismo y a la vivencia israelí se oponen a menudo a los valores judíos que son caros a los judíos de la dáspora en general y a los judíos norteamericanos en particular. Israel es un Estado donde un grupo étnico o confesional ha sido promovido a un estatus institucionalmente superior. Mientras que en Israel se habla abiertamente de planes para «construir un barrio judío o una colonia judía», ese tipo de discriminación abierta ya no tiene cabida en los países donde habitan los judíos en diáspora. Es posible imaginar la reacción que provocaría en cualquier país civilizado el intento de construir un barrio exclusivo para los católicos o los protestantes.
Daño irreversible
Esta bien documentado que la igualdad que es tan valiosa para los judíos norteamericanos está seriamente comprometida en Israel: sus ciudadanos árabes son regulamente discriminados en materia de educación, de empleo y de viviendas. Las ideas más bien fascistas que circulan libremente en el seno mismo del gobierno de Israel, en particular en relación con los planes de expulsar a los palestinos -la versión sionista de limpieza étnica- le chocan profundamente a la gran mayoría de los judíos estadunidenses cuyo compromiso con los valores liberales permanece inqubrantable. Esto explica el hecho de que entre la derecha cristiana, en especial en el seno de la Christian Coalition of America, los sionistas fascistoides encuentran un apoyo financiero y político muy generoso.
Es todavía más difícil para los judíos norteamericanos apoyar las operaciones militares de Israel que matan y hieren a miles de civiles palestinos, entre ellos centenares de niños. Por otro lado, la gran mayoría de los judíos están en contra de la guerra de Irak, lo que muestra que los «neoconservadores» del entorno de Bush no representan a los judíos de ese país. No hay que olvidar que en Israel mismo, la elección de Bush está lejos de ser unánime.
Gideon Levy, comentarista del periódico Haaretz, considera que «los Estados Unidos han elegido como presidente a un enemigo de Israel. Si los cuatro próximos años se parecen a los primeros cuatro, el daño que sufrirá Israel será irreversible… Un presidente norteamericano que le da a Israel la libertad de actuar a su antojo en los territorios ocupados no es un amigo de Israel».
Por otro lado, existen muchas organizaciones judías que trabajan por la tolerancia, la paz y la igualdad en Oriente Medio (ver por ejemplo: www.acjna.org ,www.jewsnotzionists.org, www.jewsagainsttheoccupation.org). El rabino Michael Lerner, redactor de la revista Tikkun (Reparación) y el fundador de un movimiento espiritual del mismo nombre, proclama sin ambages que lo que caracteriza a los judíos es su adscripción a los valores del judaísmo que desaprueba el chauvinismo y la violencia. Lerner, como muchos otros judíos liberales, se opone a la ocupación israelí de los territorios palestinos e insiste, en un análisis preelectoral, que los pacifistas judíos, y no los halcones sionistas, constituyen la tendencia dominante entre los judíos norteamericanos.
El voto judío en 2004 parece confirmar este análisis. Es entonces imperativo disociar, en el discruso mediático y político, los judíos y el judaísmo, de un lado, y el Estado de Israel y el sionismo del otro. Hay que hablar del « Estado sionista » y del « lobby sionista» más que del « Estado judío » o del «lobby judío», tanto más cuanto que los sionistas cristianos son hoy por hoy muchos más que los judíos de convicción sionista. Recordemos que cuando, a finales del siglo XIX, los sionistas llamaron a los judíos a reunirse en Palestina con el objetivo de formar allí « una nación nueva », esta idea radical fue objetada por la gran mayoría de los judíos, tanto laicos como practicantes, que rechazaron como un absurdo el concepto sionista de nación, un pastiche tardío del nacionalismo europeo del siglo XIX.
La historia de la oposición judía al sionismo muestra hasta qué punto el sionismo constituye una ruptura en la tradición judía, e incluso su negación. El voto judío norteamericano ilustra bien el conflicto entre los valores judíos y la lógica del nacionalismo sionista. Se puede entonces comprender porqué una de las organizaciones judías opuestas a la política de Israel se llama «Not in My Name» (No en mi nombre) y porqué en las manifestaciones judías contra el sionismo los adeptos del judaísmo marchan con eslogans proclamando: «We are Americans – not Israelis» (Somos norteamericanos, no israelíes).
* El autor es profesor titular en la Universidad de Montreal; su último libro es Au nom de la Torah : une histoire de l’opposition juive au sionisme, Québec, PUL, 2004).
Traducción de Irene Selser