Del buen uso de la memoria colectiva

Yakov Rabkin
marzo 2005

Publicado en El Milenio (México) en marzo 2005.

Del buen uso de la memoria colectiva

Yakov M. Rabkin

Montreal

Casi sesenta años después del fin de la Segunda Guerra mundial en Europa, se ha inaugurado un nuevo museo de la Shoah… en Asia occidental. La transferencia de la memoria colectiva de un continente a otro es algo curioso. Por lo mismo, amerita una explicación.

La Shoah es el término hebraico que significa destrucción total. En algunas lenguas occidentales, éste se usa para reemplazar al término «holocausto», que el premio Nobel Elie Wiesel tomó prestado del texto bíblico de los sacrificios en el Templo de Jerusalén. Se ha criticado mucho esta traspolación por su connotación de mandamiento divino, y no de un crimen cometido por seres humanos. Esta confusión terminológica es otro ejemplo del embrollo que rodea al tema del exterminio de millones de civiles, en su mayoría judíos, ordenado por el Partido Nacional-Socialista obrero alemán.

Otro elemento de esta confusión es la transferencia de la conmemoración de Europa a Asia. Muchos encuentran este desplazamiento como sospechoso y manipulador. Sospechoso porque tendría que ser conmemorado en los lugares donde ocurrió el crimen -Berlín, París, Amsterdam, Cracovia, Sarajevo-, y extraer las debidas lecciones de ello. Manipulador porque la presencia de dignatarios de decenas de países en la inauguración del nuevo museo en Jerusalén sirve a la propaganda sionista. El primer ministro israelí Ariel Sharon, con la franqueza que lo caracteriza, afirmó este lunes en la ceremonia de apertura: «El Estado de Israel es el único lugar en el mundo donde los judíos tienen el derecho y el poder de protegerse. Es la única garantía que el pueblo judío nunca más vuelva a conocer otra  Shoah».

Es por eso que el museo ha sido construido en Jerusalén, en Asia occidental. El emplazamiento en la ciudad santa tiene por objetivo afirmar que Israel toma su legitimidad de la Shoah la cual se convierte en una especie de propiedad colectiva del Estado. Otro aspecto caro al gobierno de Israel es el de afirmar que Jerusalén pertenece a Israel, y solamente a Israel.

Es así como el embrollo se complica aún más. La periodista Amira Hass del periódico Haaretz, de Tel Aviv, se pregunta si habría que calificar de criminal la ideología racista en el caso de que los judíos no hubieran sido puestos en el último escalón de la jerarquía de las razas. «Toda ideología que divide al mundo entre aquellos que valen más y los que valen menos, entre seres superiores y seres inferiores no necesita esperar la escala del genocidio alemán… Treinta y ocho años de ocupación israelí de la nación palestina han habituado a generaciones de israelíes a considerar a los palestinos como inferiores. Pero, silencio, esto no se puede decir en voz alta ya que algunos israelíes exclamarán con tono indignado: ‘¡Cómo se atreve a hacer esa comparación’!»

Hass expresa así un sentimiento muy extendido tanto entre judíos como no judíos en cuanto a que Israel ha sabido sacar provecho de la liquidación de los judíos en Europa. «Se utiliza a nuestros padres masacrados para desviar la atención de la ocupación que lleva a cabo Israel. Se utiliza el sufrimiento que nuestros padres debieron soportar en los ghettos y en los campos de concentración (…) como un arma contra la crítica internacional de la sociedad que nosotros estamos creando aquí».

Hass se hace eco de las acusaciones de manipulación política de la memoria de la Shoah contenidas en el libro de Norman Finkelstein sobre la explotación del sufrimiento judío. El ministro alemán de Asuntos Exteriores dio un ejemplo de esta manipulación política cuando, en su discurso del lunes, dijo que a causa de Shoah, Alemania seguía teniendo una deuda con el Estado de Israel. Este endeudamiento sólo quiere decir una cosa si aceptamos el eslogan de Sharon de que «el Estado de Israel es el único lugar en el mundo donde los judíos tienen el derecho y el poder de protegerse ». Sin  embargo, muchos judíos experimentan más confianza en la emancipación y la igualdad de derechos que les ofrecen prácticamente todos los países, incluyendo Alemania, que en la seguridad más bien ilusoria que ofrece «su» Estado sionista. Hace algunos meses, el gobierno alemán debió ceder a las presiones israelíes y redujo la inmigración de los judíos ex-sovieticos que prefieren a Alemania como lugar de destino; y esto porque Israel se ha acostumbrado a disponer de la suerte de los judíos del mundo como si ellos fuesen propiedad del Estado.

El ministro israelí de Asuntos Exteriores no desaprovechó la ocasión que ofreció la inauguración del museo de la Shoah para conminar a los gobiernos europeos a intensificar la lucha contra el antisemitismo. En realidad estas invocaciones sobre el antisemitismo por parte de Israel reflejan sobre todo la razón de Estado y amenazan con poner en peligro a los judíos más que brindarles seguridad.

Resulta imperativo disociar a los judíos y al judaísmo de Estado de Israel así como de su conducta. Los términos «Estado judío» o «Estado hebreo» son peligrosos y explosivos porque se confunde la religión con la nacionalidad, lo que abre la puerta a la violencia antijudía. Es otra razón por la cual el Estado de Israel, más allá de las declaraciones de sus dirigentes, no puede servir de escudo contra el antisemitismo. Esto, no obstante el nuevo museo de la Shoah.

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