Cómo capean las sanciones occidentales los consumidores rusos

Yakov Rabkin

Desde que regresé de mi último viaje a San Petersburgo el pasado mes de enero, los consumidores de Rusia han tenido que enfrentarse a muchos cambios. También los visitantes occidentales. El mero hecho de viajar a lo que se denomina «la capital rusa del Norte» se convirtió en una experiencia diferente. La última vez, el vuelo de Montreal a San Petersburgo duraba unas once horas, con una cómoda conexión en París. Ahora ninguna aerolínea occidental vuela a Rusia, y ningún país occidental permite la entrada de aviones rusos en su espacio aéreo. Rusia adoptó medidas similares en respuesta. Como resultado, el intrépido viajero debe embarcarse en un viaje de 24 horas vía Helsinki (Finlandia) o Tallin (Estonia), los dos aeropuertos más cercanos abiertos a los aviones occidentales. Una vez aterrizado allí, se necesitan siete u ocho horas de autobús para llegar a San Petersburgo. Afortunadamente, en esta época del año, las tres ciudades disfrutan de las noches blancas, cuando, como dijo Alexander Pushkin, el poeta más célebre de Rusia, «el amanecer concede una breve media hora a la noche engañada».

Una vez en el país, surgen más tribulaciones. Las tarjetas de crédito occidentales son inútiles, ya que los países occidentales han apartado a Rusia de la mayoría de los medios de pago internacionales. Recuerdo haber pagado con mi tarjeta canadiense aquí en plena Guerra Fría. Ahora, debo traer dinero en efectivo y cambiarlo por rublos. El dólar canadiense vale ahora 41 rublos, mientras que en enero se negociaba a 61. Las sanciones han limitado gravemente las exportaciones occidentales a Rusia. Esto, a su vez, ha debilitado la demanda de divisas occidentales y ha fortalecido la divisa local.

Pero los lugareños reciben sus ingresos en rublos y los gastan sobre todo en el país, ya que los países occidentales han restringido los viajes desde Rusia. Una visita al supermercado del barrio no produjo el ‘shock’ que de alguna manera esperaba. Los precios parecían moderadamente más altos, pero las existencias eran tan variadas como de costumbre. Según las estadísticas publicadas, las frutas y verduras fueron las que más subieron, hasta un 75% en cuatro meses, mientras que la carne, los lácteos, los huevos y el pescado apenas subieron un 3%. En general, la inflación alcanzó casi el 8% en abril, un mes después de la entrada de las fuerzas rusas en Ucrania, pero no sólo ha vuelto a niveles normales, sino que es más baja que antes (0,12% en mayo, frente al 0,99% de enero).

Las piezas de recambio occidentales ya no se pueden importar. Esto perjudica claramente a la aviación civil, compuesta principalmente por Boeing y Airbus. Los coches importados también constituyen la mayor parte de los vehículos del país. Mientras viajaba en un taxi VW, le pregunté al conductor cómo esperaba reparar su coche. «Es cierto que las piezas auténticas importadas a través de terceros países serán más caras, pero los análogos chinos están disponibles desde hace tiempo y funcionan suficientemente bien».

La desaparición de IKEA y otras tiendas occidentales populares abre el campo a las iniciativas locales, aunque puedan tardar en ofrecer una calidad y variedad comparables. Un contratista de la construcción con el que me reuní esta semana se mostraba optimista: «La mayoría de los suministros de marcas occidentales que utilizamos se han producido en Rusia. No espero que haya escasez, aunque algunos artículos especiales podrían tener que obtenerse en Turquía o China».

McDonald’s también ha desaparecido, con su infraestructura vendida a una empresa local. Los miles de empleados se mantuvieron en nómina y ahora se incorporan a su sucesor. Catorce nuevos restaurantes en los antiguos locales de McDonald’s abrieron sus puertas en San Petersburgo este mes en un ambiente festivo con corte de cinta y rueda de prensa. Aunque yo mismo evito la comida rápida, fui a uno de ellos para charlar con los clientes. Parecían contentos y no les importaba la ausencia de los familiares envoltorios y los arcos dorados: «El aspecto es diferente, pero la comida es casi la misma».

Por casualidad o por designio, los catorce post-McDonald’s abrieron el 22 de junio. Este día se llama «El Día del Dolor y de la Memoria» en recuerdo del 22 de junio de 1941, cuando Alemania y sus aliados europeos invadieron la Unión Soviética. Uno de los clientes con los que hablé relacionó ambos acontecimientos: «Nuestros abuelos sobrevivieron al hambre durante los 900 días que duró el asesino asedio nazi a Leningrado. Yo sí puedo prescindir del Big Mac». Al parecer, lo puede también la mayoría de sus compatriotas.

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